…la
consciencia es, en el individuo, el guardián de las reglas que la comunidad ha
creado para su propia conservación. Es el policía de nuestros corazones, el
cual nos vigila para que no quebrantemos las leyes. Es el espía que permanece
sentado en la fortaleza principal de nuestro Yo. El deseo que el hombre siente
de lograr la aprobación de sus conciudadanos es tan poderoso y su temor a las
censuras tan violento, que él mismo ha introducido en su interior a su enemigo
y permanece observándole, vigilando constantemente los intereses de su amo para
aplastar cualquier incipiente deseo de apartarse del rebaño. Obliga al hombre a
anteponer el bien de la sociedad al suyo propio. Es el vínculo más fuerte que
une al individuo con el todo.
Y el
hombre, al servir los intereses que ha reconocido como más importantes que los
suyos propios, se hace esclavo de ese amo. Lo sienta en el sitio de honor. Y,
finalmente como un cortesano que se inclina servilmente ante el cetro que
blanden sobre su cabeza, se enorgullece de la sensibilidad de su consciencia. Y
no dispone de palabras lo suficientemente duras para calificar al individuo que
no reconoce el imperio de la consciencia. Ya que como miembro de la sociedad
comprende que contra tal individuo se encuentra indefenso.
William Somerset Maugham
(Febrero 26 de 1985)
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