Cada uno de nosotros tiene su vida
particular, única, marcada por todo el pasado sobre el que no tenemos ningún
poder y que a su vez nos marca, por poco que sea, todo el porvenir. Nuestra
vida. Una vida que sólo a nosotros pertenece, que no viviremos más que una vez
y que no estamos seguros de comprender del todo. Y lo que digo aquí sobre una
vida «entera», podría decirse en cada momento de ella. Los demás ven nuestra
presencia, nuestros ademanes, nuestra manera de formar las palabras con los
labios: sólo nosotros podemos ver nuestra vida. Es extraño: la vemos, nos sorprende
que sea como es y no podemos hacer nada para cambiarla. Incluso cuando la
estamos juzgando estamos perteneciéndole; nuestra aprobación o nuestra censura
forman parte de ella; siempre es ella la que se refleja en ella misma. Porque no
hay nada más: el mundo sólo existe, para cada uno de nosotros en la medida en
que confine a nuestra vida. Y los elementos que la componen son inseparables:
sé muy bien que los instintos que nos enorgullecen y aquellos que no queremos
confesar tienen, en el fondo, un origen común. No podríamos suprimir ni uno de
ellos sin modificar todos los demás. Las palabras sirven a tanta gente, (…),
que ya no le convienen a nadie; ¿cómo podría un término científico explicar una
vida? Ni siquiera explica lo que es un acto; lo nombra y lo hace siempre igual;
sin embargo, no hay dos hechos idénticos en vidas diferentes, ni quizás a lo
largo de una misma vida.
Marguerite
Yourcenar
(Junio 21 de 1985)
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